Lotti Latrous: defendiendo la vida, el amor y a los demás
Liselotte, o Lotti para abreviar, decidió abandonar su vida de comodidad y confort para dedicarse en cuerpo y alma a los enfermos de sida. Lleva dos décadas atendiendo a mujeres que mueren de enfermedades relacionadas con el sida y a sus hijos, también infectados por el VIH. Su trabajo le ha valido el galardón de "Mujer suiza del año 2004".
Nunca hubiera imaginado que la vida la llevaría a Costa de Marfil, en África Occidental. Pero en 1994 lo dejó todo para acompañar a su marido cuando éste fue nombrado director general de una fábrica de Nestlé en ese país.
Lo conoció, dibujante técnico de profesión, mientras estudiaba ingeniería en Suiza. Lotti tenía 17 años. Cuando su padre murió repentinamente, se vio obligado a volver a Túnez y a hacerse cargo de la familia como hijo mayor. Lotti no estaba preparada para que su romance terminara sólo porque él tuviera que volver a casa. Pero esto también significaba renunciar a su sueño de convertirse en enfermera. Lotti abandonó sus estudios y buscó trabajo para poder mantener a su novio. Encontró un trabajo como asistente en un hospital privado de Suiza. "Envié 200 francos de mi sueldo para ayudar a mi novio y a su familia en Túnez".
La familia de Lotti no podía entender por qué decidía hacer esto. En aquel momento, Lotti simplemente seguía su corazón, pero acabó siguiendo a su pareja por todo el mundo. Al terminar la carrera de ingeniería, su marido se incorporó a Nestlé y emprendió una carrera internacional: cinco años en Arabia Saudí, siete en Nigeria y otros cinco en Egipto. En cada uno de estos países, Lotti trabajó como voluntaria junto con la crianza de sus tres hijos. En 1994, se encontró sola en casa, en Abiyán, mientras su marido trabajaba y los niños iban a la escuela. "Teníamos una gran casa en Les Deux-Plateaux, un barrio de lujo", recuerda Lotti. Pero quería seguir siendo voluntaria, "así que me involucré en la Asociación Internacional de Mujeres de Costa de Marfil".
Todo encaja en su sitio
En 1997, la esposa del embajador suizo en Costa de Marfil llevó a Lotti a visitar a las Hermanas Misioneras de la Caridad en Koumassi, un barrio informal y de bajos recursos de Abiyán, donde les esperaban escenas espeluznantes. "Era un lugar en el que se dejaba morir a los enfermos, incluidas las mujeres jóvenes y los niños", dice Lotti, con la voz quebrada por la emoción. En aquella época, el África subsahariana estaba muy afectada por el VIH, y al menos el 83% de las muertes por enfermedades relacionadas con el sida se producían en esta parte del mundo*.
Volvió al día siguiente, y a los días siguientes. "Al principio, iba a repartir medicamentos a los enfermos. Luego, seguí regresando; era una especie de adicción. Iba todos los días y me quedaba desde el amanecer hasta el anochecer", dice.
Lotti estaba completamente absorta cuando estaba allí y no se daba cuenta de que el tiempo pasaba. Este lugar donde la gente moría se convirtió en su segundo hogar. "A veces iba allí por la mañana para limpiar el cuerpo de un difunto. A menudo llamaba a mi familia para decir que no iba a volver a casa. Otras veces, las monjas me llamaban a las dos de la mañana para decirme que alguien a quien había tomado cariño estaba a punto de morir. Iba enseguida para estar con ellos. "Incluso iba los fines de semana. Se acabaron los viajes a la playa, las fiestas y otros actos sociales. No podía disfrutar cuando sabía que había gente sufriendo a poca distancia. Cambié mi vida radicalmente", dice.
Contra viento y marea
Cuando Lotti pensaba que lo había visto todo, se dirigió a Vridi-Canal, otro barrio precario de Abiyán. Allí descubrió cosas mucho peores: "personas abandonadas por sus familias, tumbadas en colchonetas, envueltas en bolsas de basura, sin mantas, dejadas a su suerte...", recuerda, al borde de las lágrimas. Tuvo la idea de construir un lugar para acoger a estas personas y "permitirles morir con dignidad".
En Adjouffou, otra zona pobre, consiguió un terreno de 500 metros cuadrados, donde logró convertir viejos contenedores en consultorios externos. Junto a Lotti trabajan otras cuatro personas: un médico, un farmacéutico, una enfermera y una encargada de limpieza.
Pero los habitantes de la zona empezaron a atacar las instalaciones, ya que tenían miedo de los coches fúnebres que entraban y salían. "En aquella época, la gente moría en masa de enfermedades relacionadas con el sida", recuerda Lotti. Hubo amenazas, ataques e intimidaciones. Trasladó el centro a otro lugar y, por consejo de su marido, creó un dispensario en 1999, seguido de un hospicio en 2002. Su objetivo era alojar y cuidar a los enfermos y dar dignidad a los moribundos, no sólo proporcionando camas, ropa de cama y personas para cambiarlas, sino, sobre todo, mostrando amor: "Hemos atendido a miles de pacientes al final de su vida. Y muchas madres que morían dejaban a sus hijos con nosotros". Las madres moribundas solían hacer prometer a Lotti que cuidaría de sus hijos, lo que le obligó a crear un orfanato.
Lotti consiguió otro terreno en el que instaló un centro, que fue destruido de la noche a la mañana por los lugareños, que también la amenazaron personalmente. "Me dijeron a la cara: no te queremos aquí, ¡acabas de traer a un montón de gente con sida!".
De nuevo por consejo de su marido, reconstruyó las instalaciones -un orfanato con 50 camas- en el terreno de Adjouffou. "Los niños devolvieron la vida al lugar con sus risas, llantos y gritos". El centro también se ocupaba de 500 mujeres y sus hijos. "Además de su alquiler, pusimos a disposición de las mujeres un servicio de microfinanciación que les permitía invertir en pequeños negocios y ser autosuficientes. Una nevera para vender jugos de frutas o extensiones de pelo para trenzas, lo que les permite ganar dinero y comprar su propia comida", dice Lotti. Cuando las madres murieron, ella siguió pagando su alquiler y cuidando de sus hijos.
En 2016, tuvo que trasladar el centro a otra parte de la ciudad. Recibieron una carta del ayuntamiento en la que se les advertía de que la zona sería desalojada para dar paso a la ampliación del aeropuerto. Lotti encontró un sitio que se adaptaba a sus propósitos en Grand-Bassam, a unos quince kilómetros de Abiyán: un vertedero de 40 años en un terreno pantanoso que bordea un barrio pobre.
Primero tuvieron que emprender una operación enorme de eliminación de residuos. Una vez terminada, construyeron los locales actuales y más tarde compraron una propiedad vecina, cuyos dueños eran expatriados. Así nació el Centro L'Espoir. En la actualidad, el centro cuenta con 80 empleados, entre ellos tres médicos, enfermeras, biotecnólogos, radiólogos, psicólogos, personal de mantenimiento y choferes. Desde su creación, el centro ha tratado a 5.300 pacientes con VIH.
El Centro L'Espoir también gestiona una clínica ambulatoria que atiende una media de 60 consultas médicas al día de forma gratuita. "Se proporcionan medicamentos a quienes no pueden pagarlos. No rechazamos a nadie. Hay fondos disponibles para ayudar a los casos de dificultad social. Pero generalmente pedimos una contribución, por pequeña que sea", explica Lotti. Se trata de respetar la dignidad de las personas. "Además, cada año hay 800 niños matriculados en la escuela", añade.
Un cambio de vida y una vida mejor
"Al principio lloré mucho al dar soportes paliativos. Todo me parecía terriblemente injusto, sobre todo para los niños. Pero con el tiempo, aprendí a dejar de llorar y a poner mi energía en consolar a los enfermos", dice Lotti. Las cosas también mejoraron. "Empezamos a salvar más y más vidas, detectando la enfermedad lo suficientemente pronto como para poder tratarla".
Lotti se ha acostumbrado a la rutina en el Centro L'Espoir. Sonríe a algunos niños que corretean por el patio y mantiene una agradable charla con algunos adolescentes sentados en la terraza del chalet que llaman hogar. Los mayores leen libros o juegan a las cartas. Más atrás, hay una sala para enfermos terminales donde los pacientes reciben cuidados paliativos. Y "Maman Lotti" tiene una sonrisa para todos. Saluda a la gente, la abraza y le dice palabras tranquilizadoras. "¿Te has tomado la medicación?", le pregunta a una joven, acariciando su mejilla.
Es mediodía. Estamos en los jardines del centro y es hora de un descanso. Lotti está preocupada. "La pequeña Clarisse lleva dos semanas moribunda". El personal dibujó estrellas en las paredes de la habitación de la niña. "Fue uno de sus últimos pedidos. También le organizamos una fiesta de cumpleaños con todos los demás niños. Clarisse llevaba un vestido nuevo y había una torta..."
Para Lotti, los últimos días son siempre los más difíciles. "Cada vez que alguien fallece, deja un gran vacío", suspira. La pequeña Clarisse ya no quiere dormir en su habitación. "Insistió en que me quedara con ella en la pequeña capilla, así que ahora he puesto un colchón allí", dice Lotti. La capilla, una pequeña habitación que sirve de lugar de oración, está junto a la mezquita, aunque no hay ningún muro que separe a los cristianos de los musulmanes. Todos se reúnen junto a la cama de Clarisse para rezar juntos y hablar.
"La lucha continúa para los otros niños. Tengo que estar ahí para ellos, para ayudarles a luchar", dice Lotti. "Llevan una vida normal, como cualquier niño de su edad, y pueden imaginar un futuro en el que tengan un trabajo y una familia", dice orgullosa. Aunque tienen el VIH, estos jóvenes son conscientes de que han sido rescatados y pueden ver una vida por delante, gracias a Lotti, a quien llaman cariñosamente "Maman".
Lotti no piensa en otra recompensa que la que le han enseñado sus experiencias. "Aquí es donde he encontrado el sentido de la vida. No tiene sentido perseguir el dinero y las casas lujosas: nuestro propósito en la vida es ayudar a nuestros semejantes."
Fuente: Report on the global HIV/AIDS epidemic
Copyright de las imágenes: Jacques Kouao