Cosechando los frutos del éxito
Sofía de Meyer abandonó su carrera en un estudio jurídico en Londres, cambió el traje formal por un delantal y fundó una compañía de jugos eco-responsables en Suiza. Esta es la extraordinaria historia de una mujer suiza que ha convertido más de una idea de negocios en un éxito.
Durante siete años Sofía de Meyer recorrió el mundo negociando contratos colosales para algunos de los nombres más importantes de los negocios internacionales, hasta que decidió regresar a sus raíces y al encanto de la naturaleza. Hoy es la directora ejecutiva de Opaline, una compañía de bebidas en el cantón de Valais que produce jugos y refrescos a partir de frutas y verduras locales. Esta es la vida que escogió, una vida que le permite ser fiel a sí misma.
Cómo comenzó todo
De hablar suave y escucha atenta, Sofía de Meyer exuda un aura de serenidad y compostura mientras narra las diferentes etapas de su vida. Es claramente una mujer que se siente cómoda consigo misma. Desde 2009, de Meyer maneja Opaline, que produce bebidas locales eco-responsables con un modelo de negocios único: crear valor en toda la cadena de producción, con una gestión responsable de los recursos humanos y ambientales. Este abordaje, basado en sus convicciones personales, está dando buenos resultados: desde 2017 Opaline vende más de un millón de botellas por año.
Sofía de Meyer nació en Friburgo y creció en Villars-sur-Ollon en el cantón de Vaud, donde su familia administraba el colegio privado Beau Soleil. "Vivíamos en una pequeña aldea de montaña e iba caminando a la escuela. No sabía qué quería hacer cuando fuera grande, pero sabía que quería ser libre y que para eso la naturaleza jugaría un papel importante. Desde muy pequeña necesitaba la naturaleza para relajarme", recuerda. Siendo la séptima entre nueve hermanos, disfrutó mucho la vida en su casa y en la escuela. “Era como un juego. Mis padres administraban la escuela y se enteraban de todo lo que yo hacía, así que siempre tenía que portarme muy bien”, comenta sonriente. Cuando cumplió 13 años la enviaron a un internado en Inglaterra y finalmente logró escapar del escrutinio permanente. Le fue muy bien en el sistema educativo inglés así que decidió quedarse y rendir los A-levels allí. Luego fue a estudiar Derecho en Bristol. “Mi meta era convertirme en diseñadora de moda, pero mi padre quería algo más serio para mí, quería que fuera abogada o doctora. Así que elegí la carrera de derecho, principalmente porque era más corta”, admite. Cuando tenía 23 años la contrató uno de los principales estudios de abogados de Londres. “Me sentía orgullosa de mí misma. Tenían casi 2.000 empleados, de los cuales 500 eran abogados. Estaba impresionada por los nombres internacionales y sus grandes jugadas audaces. Me encantaba viajar por todo el mundo y desempeñar mi parte para que pudieran concretar sus visiones. Fue una época inspiradora de mi vida y me ayudó a crecer como persona”, relata de Meyer. Durante siete años pasó horas incalculables negociando contratos enormes en Londres, Chicago y Milán. “Era la única mujer suiza de la firma. Mis colegas me apodaron Swissy y a todos les encantaba venir a mi país a esquiar ¡y comer fondue! Pero todo el tiempo que trabajé en la City, Suiza seguía siendo mi ‘hogar’. Volvía cada vez que podía a visitar a mi familia y recargar las baterías en el campo, en Villars. Y en Londres asistía a muchos de los eventos en la embajada suiza, como el día nacional suizo el 1 de agosto”, recuerda.
El punto de inflexión
Con el paso de los años, la vida como abogada corporativa comenzó a perder su encanto. “Fue una revelación para mí ver colegas que volvían a trabajar apenas una semana después de tener un hijo, por miedo a quedarse sin trabajo, y que tenían que sacarse leche en el baño y enviarla a casa por un mensajero”, dice. “Sentí que el trabajo ya no me hacía realmente feliz, no tenía un costado humano, lo único importante era ganar dinero, así que renuncié”. Su decisión causó bastante revuelo, y su gerente hasta le mantuvo la vacante abierta por un año. Pero ya estaba decidida: a los 30 años, de Meyer regresó a Suiza sin empleo. “Esta pausa me dio la posibilidad de volver a lo esencial. Ahí me di cuenta de que necesitaba estar en contacto con la naturaleza”. Una vez que tuvo esto claro, se lanzó a su próxima aventura: un complejo turístico ecológico. Para esto diseñó y construyó un conjunto de carpas con forma de iglú en las montañas donde ofrecía a los huéspedes una variedad de aventuras de eco-turismo. “Sólo quería compartir mi entusiasmo. Luego el Sunday Times publicó un artículo sobre el complejo y entonces el negocio tuvo un éxito increíble. Me dediqué a eso durante cinco años, pero después sentí que era momento de avanzar y llevar mis ideas de negocios responsables a otro campo”. Luego de vender su campamento ecológico, se tomó un año sabático para disfrutar la vida en los Alpes Suizos. El aire de la montaña demostró ser beneficioso en muchos aspectos (su vida amorosa, su carrera y su realización personal) ya que en esa época conoció a su futuro esposo y fundó Opaline, su emprendimiento actual. “Realmente me conecté con la energía de las montañas y la incorporé en todos los aspectos de mi vida”, comenta.
El camino a la realización
“En mi trabajo anterior, trataba de conseguir jugos de fruta de buena calidad, jugos producidos localmente que mantuvieran una conexión con el lado humano. No podía encontrar los productos que necesitaba así que decidí hacerlos yo misma”, comenta de Meyer. Y así fue como terminó fundando no solo su empresa sino también una familia en Valais, una región en sintonía con sus valores personales. “En este cantón, estar en contacto con la naturaleza es algo dado por hecho. La vida cotidiana en el pueblo sigue teniendo una escala humana y las tradiciones siguen siendo una parte importante de la vida de la gente. Yo quería que mi hijo pudiera ir caminando a la escuela”, agrega. Y en la familia de Sofía de Meyer, es imposible perderse lo mejor de las tradiciones suizas. “Nos encanta el chocolate, disfrutamos mucho el senderismo y todos los años participamos en las tradicionales ceremonias del inalpe y désalpe de las vacas en Val Ferret”, comenta.
Suiza es más que un punto de referencia para de Meyer: es parte de su éxito personal. En 2017 Opaline superó la marca del millón de botellas vendidas. La organización sin fines de lucro B Lab reconoció a la empresa con numerosos premios. El modelo de negocios de Opaline es verdaderamente único: las materias primas se obtienen localmente, con márgenes razonables para que los productores reciban un precio justo, y las frutas y verduras se seleccionan por su sabor más que por su aspecto. Como empresa eco-responsable, la cadena de producción de bebidas se alimenta a energía solar. De Meyer maneja la empresa como su hogar, con una organización horizontal. Actualmente (la situación puede cambiar en 2020) los 12 empleados reciben el mismo sueldo e incluso poseen acciones de la empresa. Sofía de Meyer no solo es generosa con su personal: también sabe apreciar todo lo que obtiene de la tierra. Ha decidido expresar su reconocimiento creando una fundación que planta árboles frutales.
Cuando se tiene la suerte de poder comprar productos locales, hay que protegerlos para que puedan seguir adelante. Al plantar árboles con parte del dinero que obtenemos de la venta de nuestras bebidas, volvemos a establecer una conexión directa con la Madre Tierra
Con su sobresaliente carrera, Sofía de Meyer podía haber aspirado a lo máximo. Pero ella es una mujer con los pies sobre la tierra, para quien el éxito es algo que debe ser compartido. Una verdadera fuente de inspiración y energía positiva.