El místico y mítico edelweiss
El edelweiss, una delicada flor de montaña con afelpados pétalos blancos, está tan fuertemente asociado a los Alpes que es difícil creer que es originario del Himalaya y Siberia. Recién en la segunda mitad del siglo XIX la flor que los botánicos de Zúrich llamaban ‘flor de lana’ se hizo conocida popularmente como edelweiss y se volvió un objeto de culto en Suiza. La flor atrajo admiradores y críticos a lo largo de los años pero sigue siendo una de las imágenes más icónicas de Suiza, elegida para adornar desde aerolíneas a monedas o como logo de la oficina de turismo de Suiza.
Una flor de muchas flores y con muchos nombres
El edelweiss, o Leontopodium alpinum por su nombre científico, técnicamente no es una flor sino más de 50 a 500 flósculos diminutos agrupados en 2 a 12 cabezuelas amarillas (capítulos) rodeados de 5 a 15 hojas blancas aterciopeladas (brácteas) dispuestas en forma de estrella.
Los científicos creen que la flor migró desde Asia a los Alpes durante la Era de Hielo. Hoy se la puede encontrar en muchos países alpinos a cotas elevadas (2.000 a 3.000 metros); la altura máxima a la que se la encontró es a 3.140 metros en la región de Zermatt. Florece de julio a septiembre en rocas expuestas, pero también se la puede encontrar en los bordes de las praderas. Desde los años 90 se la cultiva a alturas más bajas y cada vez es más común verla en jardines particulares.
A pesar de su aspecto delicado, cada uno de los órganos de la flor está diseñado para soportar climas extremos, desde los tallos subterráneos resistentes a los vientos a las hojas que evitan la evapotranspiración y la microestructura de las brácteas pilosas que la protegen contra los rayos UV. Eso la hace particularmente atractiva para su uso en cosméticos antienvejecimiento y pantallas solares.
Las características y el aspecto único del edelweiss han inspirado muchos nombres, comenzando con la primera mención a la Wollblume (‘flor de lana’) por parte del naturalista de Zúrich Konrad Gessner en el siglo XVI. Diversos botanistas y biólogos también usaron otros nombres para describir a la flor, como Klein Löwenfuss (‘garra de león’), étoile du glacier (‘estrella del glaciar’), étoile d’argent (‘estrella de plata’) o immortelle des Alpes (‘inmortal de los Alpes’).
El primer registro escrito del nombre edelweiss, que en alemán significa ‘blanco puro’, apareció en un estudio de 1785 del naturalista austríaco Karl von Moll, pero no fue hasta mediados del siglo XIX que el nombre se hizo popular cuando varios botanistas famosos de habla alemana comenzaron a usar el nombre. Desde entonces, el nombre edelweiss ha trascendido idiomas y fronteras.
El culto de la noble flor blanca
¿Cómo fue que el edelweiss logró opacar a otras flores de montaña como la rosa alpina, considerada más hermosa estéticamente? Luego de un viaje por los Alpes berneses en 1881, el escritor estadounidense Mark Twain llamó al edelweiss la “horrible favorita suiza” y describió a la flor diciendo que no era ni atractiva ni blanca, y que “la flor vellosa tiene el color de la ceniza de cigarros ordinarios”.
Sin embargo, Twain llegó demasiado tarde. Cuando los críticos comenzaron a cuestionar si la flor merecía su condición de culto, los mitos sobre su mística y excepcionalidad ya estaban popularmente aceptados. Estos mitos estaban íntimamente ligados al auge del alpinismo a mediados del siglo XIX y los valores de coraje y fortaleza asociados con el deporte.
Uno de los mayores mitos sobre la flor es su inaccesibilidad. Tobias Scheidegger, investigador de cultura popular en la Universidad de Zúrich, quien realizó una investigación sobre el edelweiss para una exposición en los Jardines Botánicos de Ginebra y Zúrich en 2011, sostiene que la creencia popular de que la flor solo crece sobre el hielo y en rocas escarpadas no tiene sustento en la botánica. Explica que “en realidad fueron los propios alpinistas los que popularizaron esta imagen para promocionarse como hombres fuertes y valientes”.
Una de las historias más famosas sobre el edelweiss es la de un joven que arriesgó su vida trepando la pared rocosa y empinada de una montaña para recoger flores de edelweiss para una mujer como demostración de su amor y coraje. En la novela ‘Edelweiss’ de 1861, el autor alemán Berthold Auerbach exageró la dificultad para conseguir la flor al expresar: “La posesión de una es prueba de una osadía inusual”.
También se creía que la flor poseía poderes mágicos. En su primera mención al edelweiss, Moll describía una conversación con un granjero en el valle de Zillertal, en Austria, quien sostenía que cuando se la usa como incienso, el humo de la flor aleja los espíritus que atacan al ganado y causan infecciones en la ubre. Se decía que la flor ayudaba a la digestión y trataba enfermedades respiratorias como la tuberculosis. Sus beneficios medicinales luego fueron perpetuados en poemas y cuentos: por ejemplo, en el clásico de 1970 Astérix en Helvecia, Astérix y Obélix son enviados en búsqueda del edelweiss o lo que se conoce como ‘estrella de plata’ como antídoto para un veneno.
También se utilizó el edelweiss para efectuar manifestaciones políticas en diferentes momentos de la historia. En el siglo XIX la flor representaba un paraíso en una época de escepticismo en cuanto a las ciudades de Europa en expansión. La flor también fue un símbolo controvertido del nacionalismo en Alemania y Austria, como flor favorita de Adolf Hitler, pero también emblema del movimiento de resistencia al nazismo, los Piratas de Edelweiss. La famosa canción ‘Edelweiss’, creada para el musical de Broadway de 1959 ‘La Novicia Rebelde’ y su adaptación al cine, fue una declaración de patriotismo austríaco frente a la presión nazi.
Si bien la flor no se utilizó para promocionar el nacionalismo en Suiza, ayudó a moldear la identidad nacional. Scheidegger explica que “Suiza, como muchos países de Europa, atravesó un período de reflexión después de la caída del Muro de Berlín. El edelweiss se volvió una parte importante de la redefinición de lo que significa ser suizo”.
De kitsch a cool
A medida que creció el turismo en Suiza, la obsesión con el edelweiss eventualmente puso a la flor en peligro de extinción. Turistas y alpinistas recogían la flor como recuerdo de sus viajes. En 1878 el cantón de Obwalden prohibió a las personas desenterrar las raíces de la planta en lo que se considera una de las primeras leyes de protección ambiental de Europa. Hoy la flor no aparece en la lista de especies en peligro de extinción a nivel federal, pero varios cantones la incluyen como planta protegida.
Si bien el edelweiss ya no es considerado una flor rara, su mística y valor para la vida cultural suiza permanecen. Scheidegger explica que a mediados del siglo XX, el edelweiss se consideraba kitsch. “Aparecía en muchos souvenirs baratos y perdió parte de su atractivo. Sin embargo, hubo un cambio de imagen en los años 90 que ayudó a recuperar el edelweiss, ligado fuertemente al concepto de reimaginar las tradiciones y abrazar las raíces y el patrimonio del país”.
Hoy, el edelweiss no solo representa una conexión con la naturaleza y la belleza de Suiza sino que es una marca registrada de la calidad y la singularidad suiza. En Suiza, la imagen de una flor del edelweiss adorna todo desde anuncios de consultorios dentales hasta la moneda de 5 francos y las insignias de las Fuerzas Armadas Suizas. Su valor se extiende más allá de los Alpes, y muchas de las empresas actuales llevan el nombre y la imagen del edelweiss. Una empresa de servicios financieros de Mumbai, una empresa de chocolates de Beverly Hills y una delicatessen de Nueva York llevan el nombre de la flor.