Tradiciones que moldean identidades
En Evolène, una aldea en el Valle de Hérens, las tradiciones no se explican: se viven al máximo. Nadie cuestiona la tradición del carnaval que sigue transmitiéndose de generación en generación, como siempre lo ha hecho.
En las zonas rurales de Suiza las costumbres son muy importantes. Valais es uno de esos cantones que viven al ritmo de su historia. En el Valle de Hérens, el comienzo del año es sinónimo de un festival que dura varias semanas para celebrar el carnaval. Los habitantes de Evolène viven para perpetuar sus tradiciones. Y aquí, las tradiciones no son simples costumbres: forman parte de la identidad de las personas.
En Evolène, la fuerza de las tradiciones locales es un misterio. No obstante, la gente las acepta sin cuestionamientos y son intransigentes en lo que respecta al apego a sus raíces. Hablar su propio dialecto, criar su propia raza bovina Hérens o celebrar el carnaval surge naturalmente, como un movimiento cíclico. Irracional, tácita, esta costumbre tiene el apoyo de todos.
Otra dimensión
“No se puede decir que Evolène haya querido mantener su dialecto, pero aquí no podemos expresarnos de otra manera”, dice la dialectóloga Gisèle Pannatier, oriunda del valle y que conoce más que nadie sobre la historia de su aldea. “Hablamos francés en situaciones oficiales pero entre nosotros nos comunicamos en dialecto”, que es además su lengua materna y el idioma que enseñó en la universidad. Durante muchos años se enseñó el dialecto en las escuelas de esta aldea en la parte francófona del cantón de Valais, a una altitud de 1.300 metros, pero en la actualidad solo se lo enseña en horario extraescolar. De los poco más de cien alumnos de la escuela, catorce dedican una hora por semana para aprender este idioma ancestral. El carnaval se inscribe en esta dimensión. Es un período festivo que data de tiempos inmemoriales, que se inicia cada año con la Epifanía y culmina el Martes de Carnaval.
“El carnaval es una costumbre que se transmite de generación en generación en forma oral así que no sabemos exactamente cuándo comenzó. En una oportunidad se encontró un cuaderno escolar de 1911 que contenía notas escritas en dialecto con un pasaje que expresaba el deseo de los maestros y del clero de abolir el carnaval”, relata Pannatier, que también trabaja como guía para el museo de la aldea y para la oficina de turismo. “Todos están muy apegados a este festival pero son los más jóvenes los que están decididos a hacerlo perdurar”.
Identidad rural
El carnaval de Evolène no se puede comparar con los carnavales urbanos. Celebra la naturaleza, los animales y el trabajo de la tierra, elementos que dan testimonio de su origen ancestral. Es el único carnaval de Suiza que mezcla agricultores y ganaderos. Es una celebración en armonía con el estilo de vida rural de montaña que aún se vive en los valles laterales de Valais. Fieles a su historia, los habitantes de Hérens se han protegido del turismo durante mucho tiempo. En la actualidad lo toleran pero siguen siendo fieles a sus orígenes. “Todas nuestras tradiciones, incluyendo nuestros trajes, el carnaval, el dialecto y nuestras vacas son partes de un todo que constituye nuestra identidad. Pero todo es espontáneo, no rechazamos la civilización, y nuestro estilo de vida local asegura que todo continúe igual”, explica Gisèle Pannatier. “Únicamente la muerte de un residente es motivo para interrumpir las festividades, por respeto a la familia”.
Peluches y empaillés
Carnaval también es sinónimo de disfraz. Los personajes que se crean son los amos de la aldea durante todo el período de carnaval. Esta puesta en escena permite que todos asuman otra identidad. “La persona enmascarada mantiene este aspecto durante todo el período de carnaval. Todo es parte de un secreto”. La regla es no tratar de reconocer a quien está detrás de la máscara y no decir nada si se revela la identidad de la persona. Sin embargo, para asegurar este anonimato, a veces se intercambian las máscaras. Políticos, padres de familia, panaderos, las barreras sociales desaparecen durante esta época festiva, y como los trajes son pesados y voluminosos, durante mucho tiempo sólo los usaban los hombres. Pero los tiempos han cambiado y cada vez más mujeres se calzan los trajes y máscaras típicas de Evolène. Ahora, los empaillés y peluches invaden juntos las calles de la aldea el último domingo en una celebración en la que participan todos los habitantes. El lunes siguiente está dedicado a las niñas.
Hace mucho tiempo, todo estaba permitido. Era un momento de caos total. Las artimañas y los empujones eran moneda corriente. Se sembraba el miedo y el terror para ahuyentar a los malos espíritus y despedir al invierno. Desde hace más de treinta años el carnaval de Evolène se hizo conocido fuera del valle y las costumbres se suavizaron. Se tolera el turismo pero con una advertencia: los habitantes de Evolène insisten que no están allí para ofrecer un espectáculo y que no es su intención atraer multitudes.
Hay dos tipos de disfraz que son típicos de Evolène: los peluches y los empaillés. Representan el vínculo que une a las personas con la naturaleza y los animales. El peluche es una figura que lleva una piel de animal sin curtir y una máscara. El empaillé es otro personaje envuelto en paja que representa la figura humana del agricultor y también lleva máscara. En épocas ancestrales se usaban con frecuencia la paja y las pieles de animales para disfrazarse, pero Evolène es el único carnaval que no puede y no quiere renunciar a estos dos materiales. Las máscaras tienen rasgos humanos, ya sea una efigie del demonio, un león, un gato o un monstruo, y están talladas en madera. Se las puede tomar prestadas, pero la regla sostiene que una máscara pertenece al artesano que la creó según su criterio personal. El trabajo lleva mucho tiempo, entre uno y cuatro días de tallado según el caso, y el creador siempre se enorgullece del resultado.
Misterio y seducción
El carnaval también cumple otra función que concierne en particular a los hombres jóvenes. En la antigüedad la libertad y atrevimiento del carnaval favorecía el encuentro entre jóvenes de ambos sexos. Peluches y empaillés cortejaban a las jóvenes sin quitarse las máscaras. Únicamente revelaban su identidad una vez finalizado el período festivo. “Era como un rito de iniciación para los jóvenes, que tenía su dosis de sorpresas, de acuerdo con nuestro espíritu de celebración”, recuerda Gisèle Pannatier. Hoy cualquier habitante del pueblo puede llevar una máscara. Muchos adolescentes e incluso niños deambulan por las calles detrás de sus máscaras. “Las festividades son animadas, el ruido forma parte del prestigio del carnaval. Las campanas suenan todo el tiempo y crean una atmósfera viva que atrae multitudes y especialmente a los niños”.
Una fascinación que une a las personas
El carnaval fascina tanto a los jóvenes como a los mayores porque es atractivo, estimulante desde lo visual y cuantos más años tenemos, más convincente lo encontramos. Al principio los niños de la aldea le temen, pero luego se disfrazan y van desarrollando el gusto por la fiesta. Esta fascinación crece poco a poco antes de arraigarse en uno y transmitirse a otros. La generación más joven, inicialmente escéptica, ha abrazado el carnaval para convertir esta costumbre en algo de su agrado. Y allí radica el secreto de su longevidad. En palabras de Gisèle Pannatier: “Si alguna vez no se celebrara el carnaval, lo extrañaríamos profundamente. Nosotros, los habitantes y nativos de este lugar, lo vemos naturalmente como un rito obligatorio. La prueba es que nunca conocí a nadie que se perdiera el último domingo de carnaval”.